Qué mal sueño, niña, aquella vez que durmiendo se me escapaba tu paso, lo alcanzaba ya en la vuelta de noche, se me pasaba la hora y yo no acudía a la cita de cada año. Creo que lo ha soñado más gente: su cofradía en la calle y ellos sin acompañarla. En aquellos sueños que se me han repetido a lo largo de mi vida cercana la Semana Santa me he encontrado a mí mismo viendo a nuestra hermandad pasar sin mi túnica puesta o saliendo en la cofradía equivocada y percatándome de ello cuando ya no había tiempo para ir donde tenía que estar. Pero esta pesadilla, la de hoy, no la soñé nunca y, sin embargo, la estoy viviendo bien despierto, y asombrado y sin creerlo. Como todos los demás.
Esta vez no he sacado del armario la túnica, no está planchada mi capa y colgada en el salón, ni la medalla en la mesa junto a un montón de estampitas y mi papeleta de sitio. Sí he puesto un improvisado altar con tu foto y mi cubrerrostro, la Palabra que es tu hijo y la imagen de tu hijo. Un rosario, flor de cera, las devociones en las que os venero y dos velas que encenderé esta tarde. Hoy te prometo incienso, y oraciones y recuerdos, y tu salve y tus marchas que este año no toca la banda y van a sonar por altavoces. Hoy después de 30 años no me visto de nazareno, no acudo andando a tu casa ni te llevo peticiones ni pongo mi vida a tus pies camino a la Catedral.
Hoy después de 30 años todo lo hago en la distancia, sola tú en tu capilla, solo yo en mi salón dando vueltas, o sentado en mi cama, preparando el trabajo que publicaré mañana aunque los días como el de hoy no se trabaja ni hay mañana, ni hay ayer ni otro quehacer, en los días como el de hoy mi Esperanza y mis Penas, solo tú y solo él.
Pero hoy no es como siempre, ¿será como siempre ya alguna vez? Hoy, aunque duela, no importan las procesiones. Procesiones y calvarios y lamentos y pasiones, están en tantas familias por los miles que murieron, por un virus que tiene a miles en los hospitales. Hoy lloras, María, por ellos, como tantas veces lloraste en la historia por el mundo. Quizá por eso no has querido mecerte entre campanitas, entre flores y varales, pero aunque hoy no sea, lo será y tú bien lo sabes, serás la alegría del pueblo, la alegría cuando esto acabe. Tendremos que acudir a verte en cuando se salga a la calle para darte otra vez gracias, porque otra vez nos salvaste rogando por nos a tu hijo, el Salvador que alumbraste. Y te diré como te dije, hace años, yo era otro, un día al presentarte:
¡Gloria a la que es Pura y Limpia
y de estrellas coronada
por las legiones divinas
de ángeles de blancas almas!
¡Gloria a la que es siempre Virgen
y mereció ser morada
del Amor de los Amores
pues Dios la llenó de Gracia!
¡Gloria a quien dijo sí al Padre
y fiel sirvió a Su Palabra
dio a luz a la Luz del mundo
en la pobreza más alta!
¡Gloria a la que es peregrina
tras Cristo lleva sus plantas
para buscarlo en el templo
y en Caná escucharlo manda!
¡Gloria a la que es dolorosa
de espadas atravesada.
Siete por el prendimiento
y la traición anunciada,
siete por la humillación
y por la bofetada,
siete por cada desprecio
y cada acusación falsa,
siete por cada flagelo
y cada espina clavada,
siete por cada caída
y cada una de las llagas,
siete por la injusta muerte
y por la injusta lanzada,
siete por mecer al Hijo
sin vida que lo abrazaba!
¡Gloria a la que es alegría
y al tercer día se gozaba
porque el Sol que fue apagado
por la eternidad alumbraba!
¡Gloria a quien subió al Empíreo
y nunca fue sepultada
ni corrompida su carne
que el Espíritu hizo arca
casa de oro y sagrario
para la Nueva Alianza!
¡Gloria a la que es poderosa
gloria a la que en la Gloria manda
porque reina la hizo del Cielo
la Real Trinidad Santa
a la que canta María
con sus hechos y sus palabras
con su prudencia y justicia
con su fortaleza y templanza
con su humildad y su martirio
con su fe y su confianza
con su caridad infinita
con ruegos por nuestras almas!
¡Gloria a la que aquí nos une
y nos inspira alabanzas
en el nombre del Señor
única Verdad que salva
y da en la tierra a los hombres
la paz que les hace falta!
¡Gloria a Dios en el Cielo!
¡Gloria por siempre, Esperanza!
Hoy a las tres cuarenta y cinco tenía una cita contigo, la más especial del año, la más extensa en el tiempo. Unas nueve horas juntos paseando por Córdoba. Una hora y media más tarde, a las cinco y veinte, debías salir a la ciudad, debía derramarse la gracia, el júbilo, la promesa de un buen fin. San Andrés ya habría parido la Luz morena de Cristo y estaría a punto de quedar vacía hasta que le volvieras de madrugada. Tenemos tú y yo una cita, de Reina y de nazareno, a las tres cuarenta y cinco, de otro día, de otro año, que sea cuando tú quieras pero déjame volver a verte vestido de blanco y verde como hoy no puedo hacerlo. Y que la lluvia sea lo peor que pueda pasar los próximos Domingos de Ramos.